Soleá rusa

Revista Ritmo nº967
Diciembre 2022

Mobirise

Ante nosotros taconea una bailarina, y nos parece oír la guitarra española que la acompaña, tal vez también castañuelas, puede que hasta una voz rota desgarrando algún palo flamenco. Tiene expresivas cejas y ojos negrísimos, lleva una falda de volantes y se toca con una mantilla de encaje negro. Su rostro de marfil se adorna con un clavel reventón, y parece incluso portar un capote en su brazo izquierdo. Todo en ella es tan de copla que podría ser una modelo de Romero de Torres, si no fuera porque adivinamos un gusto vanguardista por la geometría y un uso audaz del colorido. Y es que, en realidad, se trata de un figurín para ballet diseñado por la artista rusa Natalia Goncharova (1881-1962)

Nacida en la antigua ciudad de Tula, al sur de Moscú, estudió escultura en la Escuela de pintura, escultura y arquitectura de la capital. Con poco más de veinte años se sintió atraída por la pintura, inspirándose al principio en los iconos y el folclore ruso. El encuentro con el arte postimpresionista francés a través de la exposición Vellocino de oro (1908) fue decisivo en su carrera, y las influencias de los nuevos movimientos entraron en su pintura de manera definitiva. A partir de entonces, Goncharova comienza a experimentar con los nuevos lenguajes, y encabezará la vanguardia rusa junto con el pintor Mijail Lariónov (1881-1964). Juntos crean un nuevo estilo, el rayonismo, que es, según ambos artistas, “una síntesis de cubismo, futurismo y orfismo”. En 1912, Goncharova expone su obra en Munich junto a los integrantes de Der Blaue Reiter, fundadores del expresionismo, grupo con el que tendrá estrecho contacto en adelante, y realiza su primera gran exposición individual en Moscú.

En 1915 se produce el encuentro entre Natalia y Serguéi Diághilev, que vinculará a la artista con el mundo escénico para siempre. Entre ambos surgen una profunda amistad y una colaboración tan fructífera que, fuera de Rusia, Goncharova será conocida sobre todo como escenógrafa.

Serguéi Diághilev (1872-1929) había estudiado leyes, pero su amor por las artes le llevó a organizar exposiciones de pintura y, más tarde, a producir conciertos, óperas y ballets. Tras el éxito en Francia de su producción de Boris Godunov -con Fiódor Chaliapin como protagonista- funda su compañía, los Ballets Rusos, con la que viajará por Europa y de la que forman parte los mejores bailarines de su país, como Anna Pávlova y Vaslav Nijinsky. Como empresario, encarga obras tan célebres como El sombrero de tres picos de Falla, Daphnis et Chloé de Ravel, La leyenda de José de Richard Strauss y El pájaro de fuego de Stravinsky, entre muchas otras. La aportación de los Ballets Rusos al mundo escénico y artístico occidental fue de gran importancia, pues, además de producir títulos musicales de una modernidad rabiosa, la compañía renovó el lenguaje visual y coreográfico, y aglutinó a muchos de los creadores e intérpretes más destacados de la vanguardia.

La consagración de Goncharova como escenógrafa y figurinista se produce con la ópera Le coq d’or de Rimsky-Kórsakov. La artista crea para este cuento musical un mundo pleno de colores vivos y reminiscencias del folclore ruso, a la vez que muestra su talante vanguardista en los decorados geométricos y abstraizantes. Inspirada en poemas de Pushkin –de quien Goncharova era biznieta-, especialmente El cuento del zar Saltán, fue prohibida por el gobierno debido a las evidentes semejanzas entre el personaje del rey Dodón y el zar. El compositor no pudo verla estrenada en vida, ya que se representó por primera vez un año después de su muerte.

En 1916, el rey Alfonso XIII invita a los Ballets Rusos a actuar en España. En plena Guerra Mundial, la neutralidad española suponía un paréntesis de tranquilidad para la compañía, y Diághilev contará de nuevo con Goncharova, propiciando el primer contacto de la artista con nuestro país. Siempre interesada en el folclore, observa los trajes típicos, fascinada a la vez, en su visión vanguardista, por los patrones geométricos de los encajes y los ejes radiales de los abanicos. Durante este viaje diseñará el vestuario y los decorados para dos ballets de inspiración española: Rapsodia española, de Maurice Ravel, y Triana, con música de Isaac Albéniz y coreografía de Léonide Massine. Ninguna de las dos piezas llegaría a estrenarse, pero se conservan muchos de los figurines, como el que hoy nos ocupa. Natalia volverá varias veces al tema de la bailarina española: un ejemplo bellísimo es de finales de 1920, hoy en el Art Institute of Chicago.

Cuando conoció España, Goncharova escribió: “Me parece que, de todos los países que he visitado, este es el único del que emana una energía oculta. En esto está muy cerca de Rusia”. Y es inevitable darle la razón al escuchar obras como el Capricho español de Rimski-Kórsakov, a quien también inspiraron las melodías populares oídas durante sus viajes, y que parece haber aprehendido, al igual que Goncharova, la naturaleza profunda y telúrica de la conexión entre los temperamentos ruso y español.

Imagen: Natalia Goncharova, Diseño de traje para bailarina española, 1916. Madrid, MNCARS

 

Designed with Mobirise - Learn more